La Soledad, ese temido sentimiento, ese temido estado. Resulta generalizado el temor a la soledad, la mayoría de las personas tememos la soledad. Pero, ¿por qué?. Es decir, es un modo más de sentir, hay etapas de la vida en las que vivimos y experimentamos más soledad que en otras al igual que podemos experimentar alegría, tristeza, estrés, etc . ¿Por qué tanto revuelo?, ¿por qué una huida tan fuerte y una oposición tan frontal a experimentarla, a vivirla? Resulta cuanto menos curioso.
Pero, ¿qué es la soledad?, ¿cómo podemos definirla?, podríamos quizá considerarla como una sensación de vacío, de no tener nada, de estar extraordinariamente inseguros, sin puerto donde anclar. No sería desesperación ni falta de esperanza, sino una sensación de vacuidad, de vacío, y de frustración. Todos conocemos esto. Es una sensación de dolor real e inextinguible, un dolor que no se puede disimular aunque intentemos negárnoslo. Esa sensación está ahí subyacente, por debajo, para la mayoría. Tratamos de evadirnos, de mirar hacia otro lado, pero hasta que no seamos capaces de enfrentarla no nos dejará de doler y angustiar. Sí pero, ¿cómo?, ¿qué hacer para que esa sensación deje de ser tan molesta y limitante?
Primero veamos a grandes rasgos como toma forma ese sentimiento. Vamos a retrotraernos a la más temprana infancia. El bebé, antes de nacer se encuentra en el útero materno, y está solo y aislado del mundo externo, este es un primer ejemplo de que la soledad es necesaria para que se lleven a cabo procesos formativos que de otro modo no se podrían concluir. Después ocurre el alumbramiento, el bebé comienza a tomar contacto con el mundo al que ha sido traído, y el primer objeto con el que se encuentra es con la madre. La madre es un punto focal en el desarrollo de todo ser humano, lo materno, por eso son a menudo tan complejas las relaciones con ella. Se mezcla gran amalgama de sentimientos hacia ellas, hay muchas expectativas, sentimientos encontrados, etc. Si la relación con la madre suele ser trabajosa es porque es un ser extremadamente importante en nuestras vidas, es nuestro primer objeto de amor. Como enfrentemos el mundo va a depender en gran medida del vínculo que hayamos podido forjar con la madre, con el objeto materno.
La relación satisfactoria con el primer objeto determinará en gran medida el que podamos vincularnos de manera adecuada con los otros a lo largo de nuestra vida, que no establezcamos relaciones de dependencia o, en el otro polo, que no nos podamos vincular a nadie, que podamos dar y recibir amor en proporciones adecuadas y que podamos estar solos sin angustiarnos. Si ese primer vínculo lo vivimos como un refugio sentiremos lo mismo cuando estemos solos, nos podremos sentir a salvo, acogidos por nosotros mismos. Si una buena relación con la Madre se establece con relativa firmeza, se convierte en el núcleo central del Yo, o de la personalidad, en desarrollo.
La vida emocional temprana se caracteriza por experiencias recurrentes de perdida y recuperación, cada vez que la Madre está ausente el bebé puede tener la vivencia de haberla perdido, si la madre, o la persona que hace el papel de madre, puede calmar adecuadamente al bebé este desarrollará una sensación de seguridad y confianza que le acompañará el resto de su vida, si no, el acceso a esta vivencia de confianza le costará a la persona bastante más trabajo. Y esto último es lo que sucede en la mayoría de los casos.
La madre y el padre deben hacer sentir poco a poco a su hijo que le acogen en lo bueno y en lo malo. El niño o niña no siempre se tienen que portar bien, y es aceptando también los enfados y los impulsos destructivos cuando se produce algo precioso: el niño comienza a aceptarse a sí mismo, tanto en lo bueno como en lo malo, comienza entonces el establecimiento de un autoconcepto sano, sin tanta exigencia, como es tan habitual; ahora la agresividad y el odio no se viven como algo tan peligroso y se integran todas las partes de la personalidad. Esta mayor adaptación a la realidad conduce a la aceptación de los propios defectos y, en consecuencia, disminuye el resentimiento por las pasadas frustraciones, también abre el acceso a fuentes de satisfacción en el mundo externo, constituyéndose así en otro factor que reduce la soledad. De este modo uno puede estar solo consigo mismo sin sufrir angustia y sin que la soledad estorbe. Así podemos utilizar la soledad para cobijarnos al igual que lo hacíamos en el vientre materno y para crearnos a nosotros mismos igual que fuimos gestados.
Viviendo la soledad como algo natural podremos crear nuestra vida desde nosotros mismos, y no desde estructuras aprendidas, podemos entonces reflexionar de verdad sobre nosotros y el mundo que nos rodea.
Todos y cada uno de nosotros nos encontramos solos ante la vida, porque nadie, absolutamente nadie, puede vivirla por nosotros, es en este punto, cuando tomamos conciencia de que estamos solos y de que nuestra vida es nuestra responsabilidad, cuando podemos sentir realmente la presencia, la compañía y el amor de las otras personas. Cuando nos ponemos en contacto con nuestra experiencia de soledad es cuando podemos dejar un espacio real a los demás.
Debemos poder experimentar soledad, no es mala, no debemos huir sistemáticamente, ya que esto se convierte en un trabajo tremendo que nos ocupará TODA la vida y nos dificultará el desarrollarnos adecuadamente y ser realmente felices. Así la mayoría de nosotros buscamos CONSTANTEMENTE actividades que hacer, evasiones fuera de nosotros mismo, lecturas, cine, bares, hijos, museos, casa, deportes, amigos, familia, música, parejas, trabajo, y así un larguísimo etcétera. Así evitamos el estar solos, el estar con nosotros mismos, y nos dificultamos mucho el avanzar hacia estructuras más sanas y fuertes.
La soledad produce miedo, y el miedo a quedarse solo hace que dejemos de hacer muchas cosas por el que dirán, por no quedarnos fuera de nuestro grupo. Vivir con miedo a hacer cosas es como vivir muerto. Hay que atreverse a hacer cosas y no dejarlas de hacer por temor. E. Fromm, en el libro el “Miedo a la libertad”, dice que en muchos casos seguimos a los demás, y no actuamos de forma original o distinta, por miedo a que no nos acepten, al rechazo y por tanto a sentirnos solos, al igual que los adolescentes visten de modo similar para ser aceptados en su grupo de iguales. Creo que por este motivo se podría explicar en parte el miedo a ser distinto o a ser rebelde, a cambiar, etc, ya que al serlo te arriesgas a que te rechacen y crees entonces que “estarás solo”. Pero así no avanzamos, la sociedad y la cultura no avanzan, no nos desarrollamos, porque estamos viviendo la vida como nos han dicho que tenemos que vivirla, sin crítica o con poca crítica. Sólo en soledad puede producirse esa crítica, esa reflexión, sólo en soledad podemos llegar a saber qué es lo que realmente deseamos nosotros, como seres únicos. De este modo, con tanto miedo al rechazo y a quedarse solo, la sociedad, la cultura, la civilización no avanzan como debieran, y resulta casi una mera repetición de generaciones anteriores.
La Vida es como un lienzo que sólo debemos pintar nosotros, porque cada ser humano es absolutamente único e irrepetible, y es en ese espacio que se abre con nosotros mismos en el que podemos elegir los colores y las formas con los que queremos pintar nuestra Vida, si no, seremos meras repeticiones de los que han venido antes. Somos originales, y debemos atrevernos a crear Vida de esa maravillosa originalidad. ¿Quien dijo que crear fuera fácil?, pero las cosas menos fáciles son a menudo las más maravillosas.
Ana María Fuentes Alcañiz
Psicóloga Clínica